Oficina Urbana

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BRICKS AND CONCRETE /DE BRIQUES ET BÉTON /DE LADRILLOS Y HORMIGÓN

Al mismo tiempo, en todos los puertos del mundo, hay algo mágico por descubrir.

Son los puertos unos de los espacios urbanos más excepcionales, donde el paso del tiempo ha propiciado un continuo y amplio inventario cultural de estilos y valores, modelando incluso desde allí la identidad de sus comunidades.

Así, de ser sedes errantes o destinos casuales, derivados del movimiento del navegante, la actuación del Estado planificó y ejecutó en el siglo XVIII las obras públicas que convirtieron a los puertos en áreas estratégicas, económicas y militares, gracias al aporte de una importante cisión racional de los ingenieros que ayudaron a transformar el espíritu de la época.

La actividad industrial iniciada durante el siglo XIX construyó luego un patrimonio excepcional, al presentar el puerto como un lugar moderno, en la nueva dimensión de las funciones de los servicios en el proceso productivo cosmopolita, y un gran impacto en el ordenamiento de las ciudades, al transformarlo en una notable sede internacional para el encuentro y el intercambio comercial.

Desde las últimas décadas del siglo XX hasta hoy, las plazas portuarias llaman la atención en muchas ciudades al convertirse en un territorio multipropósito, abierto a los usos de contenerización de gran escala o a la competencia mundial de servicios comerciales, culturales o turísticos, pudiendo encontrar allí, como en ningún otro lugar, las más innovadoras funciones para las necesidades de la población global, creando un nuevo entorno contemporáneo en las tradiciones y el patrimonio de la ciudad y el puerto.

Este tipo de intervenciones ha iniciado un nuevo ciclo, por cierto, con cambios profundos en el paisaje urbano, modificando el ámbito social y sus costumbres.

A través de los años, la percepción de las zonas portuarias es la de un espacio que se define tanto por el carácter de la implantación, siempre artificial, condicionada por las formas de su geografía, como por lo excepcional de sus instalaciones; por ello, el paisaje de su tecnología, las tradiciones del trabajo que allí se realiza o las emociones de los pasajeros en tránsito, acentúan el valor de un territorio donde abundan ritos sociales y costumbres religiosas. Todos ellos conformarán siempre un patrimonio fluvial o marítimo que, además de exponer la vitalidad de su producción, ha de conformar un notable lugar para el testimonio cultural.

Ese legado representa también la memoria colectiva de la población de las ciudades en las que se ubica cada puerto, contribuyendo un vínculo de identidad continuo entre los habitantes y la naturaleza, que impregna la historia de sus vidas y otorga un importante valor a la transmisión de sus experiencias y conocimientos.

Francis Korn, en una excepcional exposición dirigida por la arquitecta Margarita Gutman con motivo del recuerdo de brillantes momentos de la historia argentina, cita a través del libro “Buenos Aires 1910: Memorias del Porvenir” a Masha Markevich, oriunda de Kishinev y residente de Odesa, quien a bordo de la tercera del Alsace compara, al llegar a destino, la costa del Atlántico – en la zona en la que empieza a confundirse con el Río de la Plata – con la costa del Mar Negro.

En su relato, las aguas se van volviendo cada vez más oscuras, como en la cercanía de cualquier puerto, pero éstas son más marrones que las que ella conoce tan bien. Las de allá pasaban del azul al negro, éstas del verde azulado al café.

Parada en la cubierta, descubre los perfiles de las grúas y los silos, los primeros edificios construirán el paisaje de bienvenida para cientos de inmigrantes que, como ella, descubrirán por primera vez Buenos Aires gracias a su río y a su puerto.

  

Ver extracto del libro: www.book-aivp.com/book

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